Manuel de la Fuente

MADRID. Es difícil olvidar y, probablemente no debamos olvidar, ni nunca olvidemos. Más de año y medio después, los atentados del 11-M siguen siendo una herida abierta en millones de corazones, unos acontecimientos que dejaron centenares de víctimas y que dejaron también y por supuesto un reguero de miles de «Ilusiones rotas», las mismas que ha querido retratar y de alguna manera recomponer gracias a la cámara el director y guionista Álex Quiroga en la película homónima presentada ayer en Madrid y que será estrenada este próximo viernes.

Cuatro historias componen este hermoso y sentido retrato de costumbres en el que los sucesos de aquel terrible día son simplemente un telón de fondo (muy de fondo, por cierto) y el fundido en negro de un final que todos conocemos y que todos sabemos que no fue feliz.

Una mujer maltratada por su marido, un grupo de estudiantes de teatro que esperan a Godot y de paso también esperan su primer papel, una asistenta que sueña con ser secretaria (y su compañero, la historia más trágicamente hermosa) y los primeros pasos (y traspiés) en Madrid de un inmigrante sin papeles son las cuatro patas, y bien derechas, sobre las que Quiroga levanta su paisaje con figuras, cámara al hombro pero con menos dogmas de los que cabía esperar tras un principio en el que aparecen tres actores invitados y no necesarios, en un cameo sobre el que cada cual tiene su opinión: Bush, Aznar y Blair, en el escenario de las Azores, a la busca y captura de armas de destrucción masiva.

Tras eso, y aunque el realizador apuntó ayer que «Ilusiones rotas, 11M» (de cuya recaudación se destinará el cincuenta por ciento a la Asociación de Víctimas del 11 de marzo), surgió «de la indignación por la cantidad de mentiras que se dijeron durante los tres días posteriores al atentado» y delas referencias fotográficas y documentales (los bombardeos. la captura de Sadam, el asesinato de José Couso, la crisis del Yakolev, el epílogo de los atentados de Londres, para que «no se olvide lo que ha pasado y por qué sucedieron estos hechos») lo realmente intenso son estos cuatro retratos arquetípicos y que podrían llegar a ser incluso arquetópicos si el pulso del director no los hubiese apartado del sentimentalismo , gracias a un trabajo honesto y directo, en diversos pasajes realmente emotivo y emocionante, un fresco al natural de esas vidas que transcurren al lado de la nuestra, un fresco al natural apoyado en unos actores desconocidos, tan desconocidos como cualquier compañero de Metro, de escalera, de desayuno, pero realmente eficaces (incluso se les entiende, cosa rara en el cine español) y verosímiles.

Quiroga afirmaba ayer durante la presentación que no ha querido basarse en historias reales «por respeto a las víctimas, utilizar historias reales hubiera sido poner el dedo en la herida», aunque éstas lo son. Y de veras, como la vida misma. Tan reales como que todos íbamos en esos trenes, tan reales como que cualquiera de nosotros hubiera podido ser uno de los protagonistas de esta película.

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